jueves, 5 de marzo de 2009

Segunda Obra en Competición: "Triangle"


Título: "TRIANGLE"

Director: Xavier Vidal de las Heras

ELENCO:

- RALPH FIENNES como AUGUST MILOU

- MARISA TOMEI como SILVIE SEGONNE

- TOM WILKINSON como JEREMIE JONES

- PATRICIA CLARKSON como ANNE JONES

- TOM FELTON como CHRIS JONES

- DAKOTA FANNING como LA HIJA DE JEREMIE Y ANNE.

- MATT DILLON como CAMELLO

PRÓLOGO

La pantalla nos enseña una imagen panorámica de Londres, una estampa presidida por el Big Ben, mecida por las aguas del Támesis. La cámara se acerca lentamente hasta el emblemático reloj. Las campanadas deshacen la niebla: son las doce del mediodía y las calles se llenan de gentes con sus bolsas, sus problemas, sus vidas, sus sonrisas fingidas y sus llantos silenciosos. Algo turba la rutina tranquila de Londres… Un hombre preside la escena y poco a poco va acercándose hacia nosotros arrastrándose, gritando, pidiendo ayuda. Apoya sus piernas en el sucio suelo, nuestro extraño no se mantiene en pie: tiene la pierna herida. Las doce campanadas no nos permiten oír el griterío del extraño. Mientras, la gente observa el dantesco espectáculo y corre aturdida entre las calles; algunos se quedan perplejos, otros intentan socorrerlo. La sangre va cayendo dibujando surcos rojos en el suelo. El mejunje se entrelaza con las irregularidades del pavimento hasta dibujar un triángulo, la señal de la profecía. Repican las últimas campanadas en una pantalla en negro sobre la que salen impresos los títulos de crédito. De fondo, podemos oír el griterío de la multitud.

PRIMERA PIEZA DEL TRIÁNGULO: AUGUST

Conocemos su rostro serio, grave y nervioso. Su barba incipiente nos indica que no ha ido a casa en semanas, sus ojeras delatan horas de sueño pendientes, sus pasos pausados, sus tics inquietantes… el herido del prólogo es aquí un cincuentón enjuto, enfrascado en la lectura de diferentes folios llenos de flechas, tachones y papeles de colores. Estamos en una biblioteca alta y mohosa repleta de libros, polvo y miseria. Nuestro protagonista está solo en una sala inmensa bajo la luz anaranjada de un flexo antiguo. El lector dispone sus apuntes en varias carpetas y se acerca a un ordenador viejo, acorde con el mobiliario de la estancia. Por la pantalla vemos los titulares de diversos periódicos. Gracias a las publicaciones, sabemos que nuestro protagonista, que no puede evitar morderse las uñas y jugar con su lápiz, es un importante detective. Las páginas imponen su ritmo frenético y los titulares imponen las reglas de lo inexplicable. El detective se llama August y está trabajando para esclarecer la desaparición de Jeremie Royalle, antiguo alcalde de Londres. Anne, la mujer del desaparecido, copa las imágenes más destacadas de las revistas con más renombre. Sin duda, estamos ante un caso grave conocido por toda la población. Víctima de una revelación, August desenfunda su lapicero y señala una de las fotos. Abre sin dudarlo una agenda de tapas duras y redondea un nombre: Silvie. August sale de la biblioteca en dirección a la comisaría. Una mujer mayor pero portentosa está esperándole en su despacho. Pese a la clemencia del sol, la dama viste una gabardina larga y no suelta un pañuelo mojado y arrugado de su mano. August irrumpe en el despacho y la dama, la misma mujer de las fotos, se levanta, se quita sus gafas de sol y saluda al inspector con su única mano libre. Anne tampoco ha dormido, los dos vuelven a sus respectivos asientos sabiéndose partes de un intrincado juego. Anne no puede más y arranca a llorar: tantos días sin Jeremie han hecho mella en su ánimo y físico. Anne encarna el abatimiento, el dolor y el insomnio. August descubre la agenda de antes, o lo que es lo mismo: la agenda del desaparecido. August está nervioso: no soporta llorar, pero tampoco soporta ver las lágrimas de los demás. Nuestro detective se arrodilla y toca las manos de Anne, unas manos frágiles y venosas. Los ojos de ambos se entrecruzan y August abre la boca a riesgo de cometer el error de su vida: jura encontrar a Jeremie, jura encontrar el culpable aún invisible de todo ello. El juramento suena convincente y Anne se calma, coge un nuevo klínex de su bolso y retira su cabello hacia atrás. El rímel corrido hace la escena más graciosa y la mujer se levanta, se despide y resigue los pasillos del lugar hasta encontrar la salida. August se sienta en su butaca taquicárdico y perdido. Levanta el teléfono: nuestro héroe ha contactado con Silvie, protagonista también del fatídico hecho.

Cae la tarde y August alivia tensiones con un café de máquina. Silvie entra en la sala y su tono denota miedo e indignación a la vez. Silvie le recuerda a August una de sus charlas anteriores y la joven vuelve a repetir su extrañeza ante tanta insistencia. Alegando no tener tiempo y a la defensiva, la chica se dispone sin más a abandonar el habitáculo sin importarle cualquier recato ni cordialidad. Pero Silvie se detiene en la puerta: August habla de la agenda de Jeremie, una agenda que, asegura, está repleta de citas y tardes con ella. Silvie no soporta las insinuaciones del detective, gira su torso y subraya a gritos la relación de amistad que la unía con el desaparecido. A Silvie le indigna la verdad, August odia la mentira. Ya no hay forma de retener a la sospechosa y August vuelve a quedarse solo. Él y sus misterios. Fundido en negro.

August cierra la puerta de su casa. Estamos en una casita rústica y familiar. Las paredes están adornadas con cuadros y fotos. La mujer e hijos de August sonríen por todas partes desde miles de portarretratos. Pero la casa pronto nos enseña sus defectos, polvo y tristeza. August lleva demasiado tiempo absorbido por el trabajo y la familia, sabiéndose olvidada, ha iniciado un camino de no regreso. August visita la cama, se levanta y vuelve a dormirse. Vemos rápidamente las sesiones de estudio del detective, su errática rutina y sus entradas y salidas en la casa. La batería de imágenes nos lleva a una callejuela perdida de Londres. Es de noche y los rótulos de neón avivan el ánimo de una ciudad aburrida. De pronto nuestro August otea una figura conocida. No hay ninguna duda: es Jeremie. Detective y prófugo inician una carrera a contrarreloj por callejuelas solitarias. El maratón se traslada a una casa vieja y desierta. Jeremie cree haber despistado al espía, pero August espera en silencio detrás de un muro destartalado. August, sorprendido por la reacción del perseguido, se entretiene inspeccionando unas cajas de madera que cubren el suelo y tapan moho y telarañas. Las cajas contienen un polvo de color pálido. August lo mira, lo toca, lo olfatea… no hay duda: es cocaína y marihuana. Jeremie observa la escena y dispara al detective. August demuestra su destreza esquivando la bala. La carrera continúa por escaleras rotas y empinadas. El camino lleva a nuestro August a un balcón amplio. Atrapado en su propio plan, el detective da vueltas sin avistar salida y Jeremie, sabiéndose descubierto, vuelve a disparar temeroso, esta vez apuntando en la pierna de August. El detective cae al suelo desvalido. Se desmaya, las imágenes se desvanecen. Fundido en negro.

SEGUNDA PIEZA DEL TRIÁNGULO: SILVIE

El cuerpo de Silvie Segonne asiste a la treintena con especial vitalidad. Delgada, pelo moreno y largo mecido por el viento, carnosa de labios y coqueta en todas sus palabras y movimientos. Silvie sale del aeropuerto cansada sosteniendo dos maletas oscuras que no duda en dejar en el suelo desesperada y bruscamente. La luz de las cinco de la tarde tuesta su piel. Un sudor frío atraviesa el cuello de la joven escondiéndose en las inmensidades de un traje impoluto: camisa blanca, corbata roja y chaqueta azul cielo. La etiqueta enganchada en uno de los bolsillos superiores la delata: es una azafata, una azafata cansada que se dispone a coger un taxi y llegar a casa en cuanto antes. Vemos el rostro de Silvie reposando sobre el cristal de un coche amarillo. El taxista conduce callado y fumando. El aire del exterior chupa el humo y entra en el vehículo. Silvie se desabrocha la chaqueta, descubre su generoso pecho y saca del bolso un ipod blanco. Los auriculares ahuyentan el sonido de la radio.

Silvie cierra una puerta de metal, se apoya sobre ella y deja caerse al suelo. Sentada se desata los zapatos de tacón, toma impulso, se dirige a la ducha. Silvie se dirige al baño y la cámara recoge los pasos de la dama. Silvie se desnuda por el pasillo y el polvo del suelo acoge silencioso la chaqueta, camisa, pantalón y tanga de nuestra protagonista. Una puerta cerrada esconde el sinuoso cuerpo de Silvie acariciado por el agua. La joven masajea su pelo, juega con el teléfono del baño e intenta masturbarse. Con una celeridad inaudita, la solitaria muchacha se seca, se viste, se maquilla y come una manzana mientras ordena la habitación. La puerta principal vuelve a abrirse. Silvie luce un traje de noche de tonos verdosos que cambian a amarillo, rojo, violeta y naranja según la luz de la calle. Ya es de noche. Luna llena, el Big Ben vigilando. El maquillaje no puede esconder unas largas ojeras, el rastro evidente de lágrimas recientes. Silvie entra en un bar pequeño. Mobiliario de madera, un camarero atractivo con camisa de flores, una muchedumbre adormecida por acordes de jazz. Silvie sorbe con gusto un gin-tonic y mira desde la ventana los transeúntes, la mayoría jóvenes pijos y desmadrados con ganas de fiesta. La joven abandona el bar hasta llegar a una discoteca enorme, un cubículo de materiales sintéticos y luces chillonas. Silvie hace cola como una londinense más, pero su presencia no pasa desapercibida por nadie: los jóvenes la piropean con gestos obscenos. En la entrada, un adolescente rubio fuma un porro mientras dibuja formas graciosas con el humo. Observa también al camello que ha comerciado con el joven, pero no se atreve a colocarse en horas tan tempranas. Silvie se empapa de humo, cubalibres y electrónica acelerada. La platea gimotea y ella baila sola. Ella y su vaso. El gentío no la deja respirar. Silvie inicia una carrera hacia el baño y vomita en el primer retrete libre. El suelo rojo luce con orgullo pintadas, colillas, heces y jeringuillas usadas. La joven se arregla y cierra la puerta. El adolescente de antes la espera y la invita a otro porro. Nuestra ingenua protagonista acepta. El chico toca sus piernas y sube su mano fría y firme. Silvie cierra los ojos, abraza al desconocido y se apoya sobre la puerta sucia. Los dos hacen el amor como animales heridos. Silvie llora a la par que grita, besa con mordiscos. Cinco minutos después nuestros conocidos corren por las calles vacías de Londres riendo y bebiendo de una botella de champán barato. Las campanadas del Big Ben detienen su carrera. Es la una de la madrugada y el alcohol lo embellece todo. Pero nuestra Silvie tiene un último momento de lucidez: aunque no se sostiene en pie, Silvie barra el paso al joven y este ve frustradas sus ganas por continuar la fiesta en el piso de la azafata. Silvie vuelve a cerrar la puerta y vuelve a desnudarse en la oscuridad. Toca las sábanas de la cama, y con ellas, el limbo. Fundido en negro.

Silvie se despierta gracias al sonido insistente de su móvil. Se abalanza rápida hacia el aparato.

-¿¡Jeremie!? –grita ella.

Pero el interlocutor ya ha colgado. La rabia le carcome y tira el teléfono al suelo. Sobre los restos rotos del celular, Sivie vuelve a ducharse, vuelve a vestirse… vuelven a ser las diez de la mañana. Ahora es Silvie la azafata y no la joven loca que folla con todos para olvidar a su amante Jeremie. Las compañeras de trabajo la saludan desde la cafetería. Se dirige hacia el mostrador de siempre dispuesta a atender a los pasajeros. La mecánica es sencilla: un “buenos días” desinteresado, una sonrisa de cortesía y una revisión rápida de billetes y maletas. Pero un hombre turba su rutina. Asustada, no puede dejar de mirar al extraño. Nosotros solo vemos la cara de Silvie, un rostro pálido y lloroso. El extraño acerca su cara hacia la de Silvie susurrándole al oído un “lo siento”. El misterioso hombre se va por la pasarela y nuestra mujer se queda inmóvil sin poder reaccionar. Media hora después sube recelosa al avión. Londres – Reikiavik. Silvie atiende la megafonía con su perfecto francés, inglés y español. Se sienta en su compartimento y rompe a llorar. No aguanta más. El avión tampoco: uno de los motores de la estructura rompe en llamas al despegar. El pájaro de acero se desploma poco a poco e impacta en medio de un campo yermo de hormigón. Vemos caer trozos de moqueta y acero, un polvo grisáceo mezclado con un fuego violento. La escena permanece en silencio. Oímos la canción Sad Eyes de Bat for Lashes. Poco a poco se acercan grupos de rescate a la zona. La cámara se aleja. La humareda tiñe la imagen. Una historia de amor rota. Todo se desvanece. Fundido en negro.

TERCERA PIEZA DEL TRIÁNGULO: JEREMIE

Jeremie Jones se despierta asustado. Un sudor frío recorre un cuerpo orondo, arrugado y apesadumbrado. Nuestro alcalde, el misterioso pasajero de la segunda parte, se levanta, rescata del suelo unos calcetines negros y unos pantalones de pana. Busca desesperadamente los zapatos. No puede evitar mover los brazos, tiritar con los dientes y moverse sin ton ni son, totalmente ido: nuestro alcalde está nervioso y tiene frío. Su esposa duerme con la cabeza ladeada, ajena a la ardua batalla que se fragua en el interior de Jeremie. Con respiración entrecortada y maleta en mano, nuestro protagonista se desliza poco a poco por una escalera de caracol. Sus pasos carecen de firmeza y su presencia responde a la de un fantasma inquieto. Siempre en silencio, Jeremie abre la cocina y escribe una nota breve que cuelga estratégicamente en la nevera. El alcalde, víctima de una paranoia incipiente, mira de lado a lado, revisa todos los rincones de la estancia y espía cual sutil detective las habitaciones de sus hijos y demás cuartos. Jeremie se siente observado por una fuerza invisible, por el peso de una culpabilidad no verbalizada. Cohibido se dirige a la calle, cierra la majestuosa puerta de su rico chalet y arranca el coche, logrando escapar de un barrio residencial aparentemente tranquilo.

La cámara observa la huida de Jeremie y espera paciente ante la fachada de la casa. La luz de la mañana mece el mármol brillante del jardín, los arbustos que cercan la mansión. El picaporte refulge un tono dorado, una ventana se ilumina tras el sonido lejano de un despertador insistente, un joven de silueta extraña abre la puerta, inspecciona los alrededores y acude descalzo y con estupor hacia el porche: ni rastro del coche de papá.

Los pies descalzos de antes suben ahora las mismas escaleras. No hay ninguna duda: nuestro joven es el adolescente de la discoteca. El joven no duda en abrir una puerta de madera y encender la luz. Anne, la madre, se incorpora ocultando su pecho bajo las sábanas y esquivando con la otra mano la incómoda luz que agrieta sus ojos azulados. Jeremie no está. El hijo descubre la nota de Jeremie y Anne la lee a distancia. Asustada, la bella dama salta de la cama. Anne nos enseña su cuerpo cincuentón, una delicada piel salvaguardada por un sujetador negro y un camisón lúgubre. Su alma se llena de luto. Anne sale gritando del dormitorio y el hijo se queda revisando la nota, inspeccionando las dos caras del folio, buscando la respuesta a todas sus preguntas. La pequeña de la casa, una niñita de trenzas rubias y mirada vivaracha, se despierta y participa en la escena. Anne tiene los ojos vidriosos; sube y baja las escaleras.

-Chris, ¡¿Dónde está el puto teléfono?¡- grita Anne al primogénito.

Anne resuelve el misterio: el teléfono se encuentra enredado en las sábanas de la cama. Coge el aparato, se sienta, enciende rápida y nerviosa un cigarrillo, tira el encendedor encima de la mesilla de noche. Hay vida tras el celular.

– August, necesito tu ayuda.

Voz entrecortada. Fundido en negro.

La cámara nos presenta una fachada vieja de piedra. La casa, situada en una callejuela que nos es familiar, presume pomposa de telarañas, polvo y soledad. Cuatro gatos maúllan a lo alto del agujereado tejado. Un hombre entra en la casa y nosotros seguimos sus pasos. El individuo, el camello que ya vimos en la segunda parte, se desabrocha un anorak gris y coge con sus manos el ridículo gorro que adornaba su grasienta cabellera. Dentro del gorro hay un sinfín de billetes enrollados en una cinta elástica. Jeremie le invita a entrar. Los dos protagonistas negocian al son de La vie en rose y Jeremie cierra el trato entregando al delincuente unas monedas que esperaban en el bolsillo de su negra gabardina. El camello cierra la puerta y Jeremie respira. Una pequeña sonrisa dibuja su cara. Encima del tocadiscos reposa un billete de avión. Inspecciona el reloj: aún tiene tiempo para salir a la calle y fumar el último cigarrillo de un paquete ya arrugado. La luna divisa la tragedia: August ha vigilado pacientemente la casa y aprovecha la salida de Jeremie para asaltarle. Jeremie se encierra en la estancia. Los dos inician una persecución a muerte. La cámara, pero, se queda en la planta baja. Vemos una ventana sin cristales, un tocadiscos viejo, el billete de antes. Oímos de fondo gritos y golpes (ya hemos visto la batalla en la primera parte). La pelea termina con un disparo. Desde la ventana vemos cómo el cuerpo de August impacta en el suelo. Los gatos bajan por las cañerías, maúllan sin cesar y se alejan de la escena. La canción se acaba, el vinilo gira y gira en silencio. Jeremie vuelve a la escena sosteniendo un arma. Sobre el disco cae una gota de sangre. Fundido en negro.

Jeremie tiene la pierna herida. Está amaneciendo y el coche de Jeremie se detiene en medio de una autopista solitaria. El tanque se ha quedado sin gasolina. Jeremie sale del vehículo enfadado y sudoroso. Recoge la gabardina, sopesa un maletín de piel y sigue el camino a pie. Nuestro alcalde cojea. Calor, frío, sueño, miedo… sus fuerzas flaquean, cae al suelo sin aliento. La cámara se levanta enseñándonos el horizonte, el cielo. El aeropuerto espera su llegada… Fundido en negro.

EPÍLOGO

August se despierta y recupera la consciencia perdida. El detective no puede caminar. Entre lamentos, arrastrándose por el suelo, nuestro héroe entra en la casa. August recuerda el billete de avión ahora ausente. No puede perder ni un segundo más. August gatea hasta el Big Ben. Son las 10 de la mañana. Volvemos a ver las imágenes del prólogo. August intenta llamar a Silvie pero esta, que había roto su móvil tiempo antes, no contesta. August llama a la policía y un coche patrulla le lleva hasta el aeropuerto. Por el camino, August observa el coche de su amigo Jeremie. El detective se espera lo peor. Sus temores se confirman: el aeropuerto está rodeado por ambulancias, bomberos y más policías. August recorre aturdido todo el edificio. El detective se queda observando una vidriera majestuosa y la humareda tóxica del exterior. Un agente de policía le susurra algo al oído. No hay duda: Silvie y Jeremie han muerto. El caso está cerrado. August se queda solo en la escena. Suena la canción Gabriel de Lamb. Frío y atónito, nuestro protagonista se gira y camina hacia nosotros. Rebusca en su chaqueta y tira un papel al suelo: es la nota que dejó escrita Jeremie antes de huir. Ahora es un papel arrugado; nunca sabremos su contenido. La imagen de la vidriera se despeja y poco a poco vemos los restos del avión accidentado. Un travelling nos permite ver la huida de August, que va dejando tras sus pasos un rastro de sangre granate. El papel se tiñe de rojo. August ignora la escena que se dibuja en el vidrio. August desaparece. Un televisor del aeropuerto nos permite ver a Anne, su hijo Chris y su hija sin nombre. Los tres participan en un talk-show desconocido. No oímos el sonido, pero la pantalla nos muestra una Anne abatida, llorosa, desmaquillada, desolada. El público parece conmovido por la escena. Sobre la pantalla aparece un teléfono público para informar del paradero de Jeremie. Ahora, el espectáculo carece de sentido. La dantesca imagen se desvanece. El público aplaude y pasa a publicidad. El travelling sigue, languidece hasta enseñarnos la fachada del aeropuerto, la sombra del Támesis, la imponente presencia del Big Ben. La pantalla oscurece y aparecen los títulos de créditos. La canción Gabriel continúa, la tragedia ha terminado.

THE END

MÚSICA:

La aparición de una canción en la trama supone la eliminación de cualquier ruido ambiental. El elemento musical pretende potenciar el dramatismo de la historia. Estas son las piezas elegidas:

- UN BEAU JOUR POUR MOURIR, de Coralie Clement. Canción que escucha Silvie mientras viaja en taxi. La letra de la canción nos adelanta de forma sutil e irónica el final de la historia. http://www.youtube.com/watch?v=KQM8ahU3NGQ&feature=related

- SAMBA DE MON COEUR QUI BAT, de Coralie Clement. Pieza de jazz que ambienta el primer pub de la segunda parte. El espectador debe asistir a la degradación gradual de Silvie y la música (al principio suave, luego fuerte y al final triste) debe potenciar este efecto.

http://www.youtube.com/watch?v=YxW_-SDW3SU&feature=related

- WE CARRY ON, de Portishead. Los beats de esta canción taladran el oído del espectador, lo agobian, lo vampirizan. We carry on es la perfecta pieza para mostrar el viaje hacia los infiernos de Silvie. Además, la canción es larga y permite solapar las escenas de la pista de baile con las del baño. El perfecto antónimo de Samba de mon coeur qui bat.

http://www.youtube.com/watch?v=dNg9SQxip5A

- LE CITRONNIER, de Amélie-les-crayons. La pieza suena a la salida de la discoteca y pone sintonía al paseo de Silvie hasta su casa. Pieza suave que nos muestra la melancolía, la vacuidad de un personaje que, tras el punto álgido, es un títere del alcohol, una víctima de su frustrada relación con Jeremie. Ironías de la vida: evitando/rememorando a Jeremie encuentra sin saberlo a su hijo. Le citronnier aporta las cuotas necesarias de fábula y tristeza.

http://www.youtube.com/watch?v=9RK6e6ITVfE

- SAD EYES, de Bat for Lashes. Es la joya de la corona. Coincide con el accidente de avión. La pieza más triste de todas las seleccionadas. La letra refleja una historia de amor utópica, la misma que protagonizan Jeremie y Silvie (o Jeremie y Anne). El amor es un puntal importante de la trama y Sad Eyes, con una melodía oscurísima, lo demuestra de forma magistral.

http://www.youtube.com/watch?v=wkOb4K5gO1w

- LA VIE EN ROSE, de Louis Amstrong. La misma canción que aparece en Wall-e sirve aquí para esconder lo brutal de la pelea Jeremie-August, una metáfora que intenta demostrarnos la parte oscura del ser humano, alejado del rosa idealizado de la canción de Édith Piaf.

http://www.youtube.com/watch?v=eli_D7GVxq4

- GABRIEL, de Lamb. La canción que ambienta el final de la historia. El triángulo se cierra con una canción que implora al amor perdido. Dulce electrónica con intenciones lacrimógenas.

http://www.youtube.com/watch?v=R1Cy78pCn9Y

- QUIÉN ME QUERRÁ, de Christina Rosenvinge. Última pieza que cierra los últimos títulos de crédito. La letra de la canción lo dice todo.

http://www.youtube.com/watch?v=TwMPeDJpJNY

9 comentarios:

  1. Realmente Notable..
    Felicidades

    Por Asusntos de viajes no pude participar en este festival y la verdad me hubiese gustado mucho participar.

    Saludos!

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  2. Una obra sobresaliente, realista, dura y convincente. Una música escogida muy acertadamente, unos actores de "la ostia", con perdón, un diseño estructural perfecto, una obra que apunta muy fuerte por el gran premio...joer Xavi..smpre tnes ke ganar...es broma..tnes mi voto asegurado..saludos

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Un Thriller reconstruido magistralmente, Triangle es una obra inteligente y desoladora, excelente reconstrucción del personaje masculino, grandioso el diseño argumental y la elección musical es perfecta. ¿Has pensado en escribir un guión y dirigir una película? Muchas Felicidades Xavier.

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  5. Sinceramente, ¡has superado a Riohondo Xavier!

    Las historias entrelazadas siempre dan muy buen resultado... ¡pero esto es magnífico!

    Es excelente lo bien que has construido los personajes.

    ¡felicidades!

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  6. Es una historia muy buen construida, la introducciòn y el perfil psicológico de cada uno de los personajes es excelnte.
    Comienza en forma misteriosa y tensa, pero la historia también conmueve por la humanidad (dolorosa humanidad) de cada uno de los personajes, presentandolos con sus virtudes y fallas.
    Felicidades, Xavier.

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  7. Con Triangle Xavier Vidal ratifica su talento. Una excelente creación.

    José BARRIGA

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  8. IMPACTANTE, una historia reconstruida con mucha delicadeza,,, Este festival tiene mucha calidad, mi obra no tengo nada que hacer aquí…
    G.F.umo

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  9. Xavier Xavier Xavier
    Vuelas para volver a ganar el premio principal! jeje Buenisima tu obra... Y por lo menos Tomei merece la nominación!

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